No nos resulta extraña la palabra percepción, pero pocas veces nos paramos a pensar en su significado real. La percepción es el hecho de utilizar lo que llega a través de los órganos de los sentidos desde el exterior o desde nuestro propio cuerpo y darle un sentido, es decir, es la acción que nos permite relacionarnos con nuestro entorno, para lo cual podemos utilizar el movimiento.
Esta acción de percibir depende de cómo se integran la información sensitiva (visual, auditiva, gustativa, táctil, propioceptiva, vestibular) y motora por una parte y, por otro lado, de los procesos cognitivos que se activan.
Por tanto, vemos la gran importancia de los sentidos, ya que proporcionan todos los tipos de información posibles y son las que forman lo que conocemos como sensibilidad:
- Información visual, auditiva y gustativa. La mayor parte de los estímulos externos que procesamos provienen de la vista, e incluso de la audición; es por eso que estas informaciones sensitivas se convierten en compensaciones habituales en nuestros pacientes cuando fallan los otros canales (táctil y propioceptivo). Son las que nos permiten anticiparnos a lo que va a suceder en nuestro entorno.
- Información táctil. Mediante el tacto podemos obtener múltiples características de nuestro entorno, especialmente con nuestras principales superficies receptoras: la mano, el pie e incluso la boca.
- Información propioceptiva. Esta información es proporcionada por unos receptores que, al contrario de los sentidos anteriores, nos informan de lo que ocurre en nuestro interior, como por ejemplo, la posición de nuestras articulaciones o dónde está situado nuestro cuerpo en el espacio.
- Información vestibular. Es un tipo de sensibilidad poco conocida, sin embargo el sistema vestibular es el que nos informa de la aceleración de la cabeza y su posición en el espacio, es decir de nuestro movimiento en el espacio y está estrechamente relacionado con el equilibrio, o por lo menos con una parte de él.
La sensibilidad está directamente implicada en el movimiento. Sin embargo, tiene que haber un procesamiento de esa sensibilidad para producir un movimiento no automático. De esta forma, también debemos hablar de la percepción como un proceso cognitivo en el que elementos como la atención, la memoria o las funciones ejecutivas tienen un papel esencial en la creación de movimientos que tengan objetivos funcionales, relacionados directamente con el entorno.
Cada movimiento tiene un significado por lo que, si no podemos recoger información de él o tenemos dificultades para procesar esa información, difícilmente se podrá dar una buena interacción con el mundo que nos rodea.
Por ejemplo, cuando la sensibilidad propioceptiva está alterada, no podemos saber cómo hay que apoyar el pie en el suelo cuando estamos caminando, porque no sabemos la posición en la que nuestro pie, rodilla y cadera están colocadas ni tampoco a qué distancia está nuestro pie del suelo o cuánto de separada está una pierna con respecto a la otra. Este hecho no tiene nada que ver con la capacidad pura de mover, sin embargo, esa falta de procesamiento de la información propioceptiva afecta en mayor medida a cualquier tarea, en este caso la marcha.